Reforma Educativa: Devolver la educación a sus verdaderos dueños

Educación

La verdadera reforma educativa no consiste en aumentar presupuestos, ni en cambiar programas o secretarios. Consiste, ante todo, en devolver la educación a los maestros y a las familias, quitándosela de las manos al Gobierno.

Por décadas, el Gobierno se ha erigido como el gran administrador del conocimiento, y en su intento de controlarlo, lo ha empobrecido. La educación pública, monopolizada, se volvió burocrática, ideologizada y desconectada de la realidad. El resultado es visible: generaciones completas formadas no para pensar, sino para obedecer.

1. Devolver la propiedad: la educación pertenece a quienes la ejercen

Los maestros son el corazón del sistema educativo, pero carecen de poder real sobre las instituciones en las que enseñan. Las escuelas, los institutos y las universidades pertenecen, hoy, al Gobierno, no a quienes las hacen funcionar.

La reforma educativa propuesta consiste en transferir en propiedad privada —como compensación y pasivo laboral— los centros educativos a los propios maestros y al personal administrativo. Esa transferencia convertiría a los docentes en propietarios y socios, capaces de autogestionar su escuela, decidir planes de estudio, contratar personal y ofrecer servicios educativos de calidad, sin depender de los caprichos del Gobierno.

Como sostenía Milton Friedman, “nadie gasta el dinero de otro con el mismo cuidado con que gasta el propio”. Cuando las escuelas sean de quienes enseñan y aprenden, la educación volverá a tener propósito y responsabilidad.

2. Desregulación: el conocimiento no se decreta

Las leyes educativas actuales asfixian la innovación. El exceso de regulaciones impide la competencia y fomenta la mediocridad: todos deben enseñar lo mismo, de la misma forma, sin importar el contexto, la región o las capacidades de los estudiantes.

Una educación libre y desregulada permitiría que surjan proyectos diversos: escuelas técnicas, científicas, artísticas, tecnológicas, religiosas o laicas, cada una con su propio enfoque, siempre bajo el juicio último del consumidor: el alumno y su familia.

Santos Mercado, economista liberal mexicano, advertía que “el Estado no puede educar, porque su naturaleza es imponer, no enseñar.”

Solo un sistema libre puede fomentar la verdadera excelencia.

3. Libertad de elección: el dinero en manos de las familias y del estudiante

Las familias pobres no quedarían abandonadas. El Gobierno, en lugar de mantener un costoso aparato burocrático, otorgaría bonos o vouchers educativos temporales a las familias que no puedan pagar directamente por la educación. Así, el dinero seguiría al estudiante, no a la escuela. Cada familia decidiría a qué institución acudir: pública, que ahora sería privada, o la que hoy ya es privada, pagando por la diferencia.

La competencia natural entre instituciones elevaría la calidad, bajaría los costos y premiaría la innovación. Friedman lo demostró con claridad: “El sistema de vouchers restituye a los padres la libertad de escoger y pone en marcha las fuerzas del mercado para mejorar la educación.”

4. De la dependencia al mérito

Cuando la educación deja de ser un monopolio gubernamental, el mérito vuelve a tener sentido. Los buenos maestros prosperan, las buenas escuelas crecen, y los estudiantes se convierten en verdaderos ciudadanos libres, no en súbditos del sistema político.

El papel del Gobierno se reduce a lo esencial: asegurar que nadie sea excluido, garantizar la transparencia de los vouchers y promover la competencia leal entre instituciones, mientras migramos hacia el Capitalismo para Todos y ya no sea más necesario el voucher. Nada más.

5. Una nueva generación de propietarios

La consecuencia natural de esta reforma sería una nación de maestros-propietarios y familias libres para elegir. No más proletariado educativo, no más burocracia centralizada, no más adoctrinamiento ideológico. Educación libre significa pensamiento libre, y pensamiento libre significa sociedad próspera.

Como diría Santos Mercado:

La educación estatal produce obediencia; la educación libre produce individuos.


Conclusión: el inicio de un nuevo cambio pacífico

Reformar la educación en este sentido no es un acto radical, sino el regreso al sentido común: poner en manos de la sociedad lo que nunca debió estar en manos del Gobierno.

La verdadera revolución educativa no empieza con un decreto, sino con una Gran Devolución: confiar en las personas. Confiar en que los maestros saben enseñar y en que las familias saben elegir.

Devolver la educación a sus verdaderos dueños es, quizá, la tarea más importante del México libre que viene.