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Pro Vida y Pro Familia, ¿Hasta Dónde?

Familia Feliz

En el Movimiento Cinco Reformas estamos en pro de la vida y la familia, y de “todos” los principios, normas y valores que sustentan la civilización occidental y cristiana; pero subrayando “todos”.

Defendemos la vida desde la concepción, el matrimonio y la familia normal de hombre y mujer; pero impulsamos asimismo los principios de Gobierno limitado, mercados libres, y propiedad privada, los cuales permiten crear la riqueza, generando prosperidad, empleo, e ingresos suficientes, requisitos sin los cuales no hay sostenimiento de la vida, ni bienestar de la familia.

El filósofo popular Enrique Santos Discépolo bautizó al siglo XX como “Cambalache”. Y lo fue, por la irrespetuosa igualación de méritos: “lo mismo un burro que un gran profesor”, y eso era un “atropello a la razón”. En sus letras: todo es igual, da lo mismo lo sabio y lo burro, lo bueno y lo malo.

¿Y el siglo XXI? Hay ahora algo mucho peor que la igualación de valores, y es su inversión: lo burro no es igual a lo sabio, es superior; y lo malo no es igual a lo bueno, es mejor. Con la feroz hegemonía del relativismo Posmodernista, la enmarañada confusión de ideas y conceptos se ha agravado mucho.

Por eso “a lo malo dicen bueno, y a lo bueno malo” (Isaías 5:20), pues asumen que la verdad no existe. Del atropello a la razón se pasó a la abolición de la verdad, y a la exaltación de lo irracional.

Hay gente pro vida y pro familia que no ve la pintura completa. Muchos sectores cristianos, y otros por simple sentido común, levantan justa defensa contra el aborto y el “matrimonio igualitario”, o sea homosexual, impuestos por las Agencias de la ONU y sus ejecutoras, las ONGs “progresistas”. ¡Bien, excelente!

Pero la defensa es sólo contra el marxismo cultural, el ataque directo, en las leyes y en la educación. Llegan hasta allí, y no más, porque no entienden los golpes a la economía: en el siglo XX, la vida y la familia sufrieron un terrible ataque indirecto, a cargo del marxismo clásico, con leyes harto destructivas de la economía del hogar, y su apología en la “educación” adoctrinadora.

Por eso, límites de orden económico impiden hoy a los jóvenes casarse, y los matrimonios se posponen, o conviven con los padres. Otros sufren muchos pleitos, y se rompen. Otros no traen hijos al mundo, o sólo 2, y con incontables penurias. Pero hace 50 o 60 años, las familias eran fuertes, más solventes, y tenían 9 o 10 hijos, los que no eran “una carga”. Ya no se puede.

¿Por qué? Porque “la economía no lo permite”. ¿Y quién ha empobrecido nuestra economía? Los Gobiernos socialistas, o sea casi todos, y sus leyes. Veamos esas leyes malas.

(1) En la producción, hay leyes de “precios justos”, que imponen controles de precios; así muchas empresas deben cerrar sus puertas. Otras no se abren jamás, porque se requiere cumplir con una serie interminable de costosos permisos y licencias gubernamentales. Otras se perjudican con las leyes anti-importaciones, que les privan de insumos vitales, procedentes del extranjero.

Estas leyes anti-producción constituyen una primera categoría; pero hay otras siete más, todas en el “Catálogo de Leyes Malas”, en nuestra Web amarilla, del Foro Liberal de América Latina.

(2) Las leyes fiscales decretan demasiados impuestos, muy elevados, con multas muy arbitrarias por incumplimiento, así como inhabilitaciones para el comercio y otras sanciones.

(3) En moneda, banca y finanzas, las leyes de los Bancos Centrales les confieren monopolio en la emisión de billetes, que genera la inflación del dinero; y las de bancos, les otorgan privilegio de la “reserva fraccionaria”, que genera la inflación del crédito. Por ambos factores, los precios suben.

(4) En los mercados de valores, de cambios, y las empresas de seguros, las leyes malas brindan monopolios, y encarecen las operaciones inútilmente, lo cual es causa de altos costos y precios.

(5) Subsidios del Estado, trabas a las importaciones, reglamentos de oficios y profesiones, leyes sobre vivienda, y otras con caprichosas discriminaciones, y con privilegios, son otros factores en contra de la prosperidad, y de un buen nivel de vida para los padres, hijos, abuelos y nietos.

(6) Las leyes obreras y sindicales encarecen el empleo, y así generan desempleo. No todas las empresas pueden pagar todos los beneficios otorgados; ni todos los trabajadores están calificados como para que su productividad los justifique. ¡Estas leyes están hasta el tope de injusticia!

(7) Las leyes “sociales”, y sobre educación, “salud pública” (concepto muy discutible), y “seguro social” (muy inseguro), dicen mejorar las condiciones de la clase media y los pobres. Pero tales condiciones se deterioran por las leyes ya vistas, así que mejorarían, y mucho, sólo con su derogación, total o parcial.

Y el Estado no sirve como empresario; pero tampoco como educador, médico, asegurador de la vejez, etc. Es lógico: no son sus funciones propias, por su naturaleza.

(8) Por fin, en la legislación ordinaria, incluyendo las leyes de la “Guerra contra las drogas” y la “Protección del Ambiente”, hay otras injusticias, obstáculos al libre desempeño de los mercados, y restricciones a la propiedad privada, y en actividades y contratos celebrados entre particulares.

Muchos grupos pro vida y pro familia desconocen estas leyes, ignoran sus terribles efectos limitativos de la vida, y empobrecedores de las familias; y son indiferentes en temas de inflación, empleo, inversiones, libre empresa, banca y propiedad privada. Incluso algunos de sus líderes y activistas van al extremo de defender estas leyes malas; gran incoherencia.

Nosotros somos consistentes, porque las políticas del marxismo clásico liquidan las bases económicas del matrimonio y la familia. Por eso deben derogarse; algunas totalmente, otras tal vez sólo en forma parcial. ¡Pero todas! ¡Y tan pronto como nos sea posible!

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