Carta abierta a los estadounidenses en busca de una solución real a la crisis migratoria y a los mexicanos que anhelan construir su futuro en su propia nación
Los Estados Unidos Mexicanos y los Estados Unidos de América han seguido cada uno su propio camino. A lo largo de la historia, ambas naciones se han visto separadas por ideología, cultura, política e idioma. A pesar de ser vecinos y compartir una de las fronteras más extensas del mundo, nuestra relación ha sido desigual debido a políticas públicas que abordaremos más adelante.
Sin embargo, y a pesar de nuestras diferencias, en la actualidad nos unen principalmente dos grandes preocupaciones: el inminente riesgo de perder los valores conservadores y familiares —aunque en algunas regiones y sectores de ambas naciones ya se han perdido— y la continua disminución del poder adquisitivo y la capacidad de generar nueva riqueza. Esto es consecuencia de regulaciones excesivas, altos impuestos y un sistema basado en dinero fiduciario, factores que afectan por igual a nuestras naciones.
Desde la Revolución Mexicana de 1910 hasta la actualidad, México ha experimentado altibajos socioeconómicos que, de manera lenta pero constante, han generado un ambiente de falta de oportunidades equitativas para todos. Esto se debe a la ausencia de un capitalismo liberal que permita a las personas alcanzar una vida más próspera en función de sus habilidades y esfuerzo. Muchos mexicanos nunca han podido soñar con un mejor nivel de vida en su propio país y, en su lugar, han optado por emigrar para perseguir el sueño de otros.
Estados Unidos, por su parte, tenía el “sueño americano”, pero lo ha ido perdiendo por las mismas razones que México nunca lo tuvo. En un intento por protegerlo, los políticos estadounidenses han implementado numerosas regulaciones, aranceles e impuestos y han abandonado la responsabilidad monetaria. En lugar de salvaguardar su mayor fortaleza, la libertad, la han socavado.
Ambas naciones enfrentan la misma enfermedad: un socialismo mercantilista que ha polarizado a nuestras sociedades. Las políticas públicas asistencialistas e intervencionistas han dividido nuestras economías en dos sectores: aquellos que reciben subsidios del gobierno —tanto pobres como ricos— y aquellos que trabajan para financiarlos mediante impuestos, cada vez más altos. El resultado ha sido un déficit fiscal insostenible, mayor pobreza y menos oportunidades para todos.
Gran parte del problema actual comenzó con una globalización económica a la medida de unos pocos, impulsada por tratados de libre comercio que, en realidad, son cualquier cosa menos libres. Para México, esto se convirtió en una droga: la oportunidad de convertirse en la maquiladora de Estados Unidos permitió generar empleo sin necesidad de abandonar el modelo socialista mercantilista. Para Estados Unidos, por otro lado, fue la fórmula para una expansión monetaria sin precedentes, que trasladó la inflación de su nación a la nuestra. Este modelo económico debilitó el tejido industrial de ambos países: Estados Unidos perdió industrias y quedó atrapado en una economía financiera expansionista, mientras que México se volvió dependiente de la economía estadounidense, evitando desarrollar su propia industria.
Lo que hoy experimentan los estadounidenses es una imagen de lo que los mexicanos han vivido durante décadas: falta de empleo o empleos precarios y mal remunerados. En el ámbito político, el gobierno estadounidense ya no trabaja en beneficio de su propia población, aunque pretenda hacerlo. Sus políticas públicas expansionistas y proteccionistas han abierto el camino para nuevos actores económicos, como China, que se han encontrado con un Estados Unidos menos competitivo debido a la influencia del socialismo mercantilista, perdiendo así ventajas comerciales que antes poseía.
Los políticos estadounidenses, al igual que los mexicanos, culpan a todos y a todo, excepto a sus propias decisiones. Ambas naciones se encuentran al borde del desorden social, consecuencia de la injusticia y la servidumbre impuesta por sus gobiernos. México se encuentra inmerso en una casi revolución social, mientras que Estados Unidos parece estar en vísperas de la suya, con algunos sectores anticipando incluso una posible guerra civil.
La Salida
El colapso que se avecina puede evitarse e incluso revertirse. Podemos lograr que nuestras naciones prosperen mediante la revitalización de la industria, el comercio libre y la generación de nueva riqueza. Esto no requiere tratados ni acuerdos que perpetúan desigualdades, sino todo lo contrario: debemos revertir las políticas públicas socialistas mercantilistas que regulan la economía, estatizan sectores estratégicos y restringen los mercados. ¿Cómo? Desregulando, privatizando y abriendo los mercados a la libre competencia.
Los liberales mexicanos, que también somos conservadores y defensores del capitalismo liberal, contamos con un proyecto, un programa y las iniciativas económicas y fiscales necesarias para salir de este ciclo de intervencionismo estatal. Nuestro plan se basa en la Gran Devolución, estructurada a través del programa de las Cinco Reformas, el Impuesto Único y el Retorno al Patrón Oro. Sin embargo, no pretendemos implementarlo de manera aislada; nuestro proyecto tiene una visión continental latinoamericana, pero también puede ampliarse a toda América, incluyendo a Estados Unidos y a quienes deseen sumarse.
Los liberales clásicos mexicanos y latinoamericanos buscamos un tránsito del socialismo mercantilista hacia un capitalismo accesible para todos, similar al que alguna vez experimentaron los Estados Unidos y que los convirtió en una gran potencia económica mundial.
Además, creemos que este cambio propiciará un nuevo fenómeno: el regreso de nuestros compatriotas que desean volver a su tierra, su cultura y sus familias para construir su propio sueño en lugar de vivir el de otros. A esto lo llamamos Operación Retorno: el Sueño Latinoamericano.
Para lograrlo, es fundamental la cooperación entre nuestras naciones. Necesitamos la formación de partidos políticos liberales clásicos, ya que los existentes —tanto en México como en Estados Unidos— han fallado. También requerimos la participación activa de la sociedad civil conservadora, las iglesias y los empresarios que hoy viven bajo la opresión fiscal del Estado socialista mercantilista.
Este mensaje está dirigido tanto a los estadounidenses como a nuestros compatriotas que se vieron obligados a abandonar sus hogares en busca de oportunidades. También va para todos los connacionales que deseen sumarse a este gran proyecto.