Hay “remedios” peores que la enfermedad. Son falsos remedios, que no curan el mal sino que lo agravan y/o crean otros males adicionales, empeorando el cuadro clínico.
La enfermedad de América latina es el sistema: el estatismo social-mercantilista. ¿Qué es eso? “Estatismo” significa un Estado enorme, que no hace lo que debe, y pretende hacer lo que no debe. Lo que debe hacer es cumplir sus funciones propias: seguridad, justicia y obras públicas de infraestructura; pero no lo hace: en esas tres áreas el Estado brilla por su ausencia. Sin embargo, el Estado pretende hacer muchas cosas que no debe: producir bienes y servicios económicos o “dirigir” la economía, y “ayudar a los pobres” ofertando educación, atención médica y jubilaciones y pensiones insuficientes y de mala calidad. Para estos fines acapara una enormidad de impuestos abusivos y poderes despóticos, con lo cual nos empobrece a todos, y a la vez nos incapacita para poder progresar nosotros mismos a través de la creación de riqueza por medios privados.
“Social” significa que para justificarse, el estatismo asume el discurso anticapitalista y la retórica marxista de las izquierdas: “justicia social” y “redistribución de la riqueza”. Y que al pueblo le reparte unas limosnas miserables llamadas “planes sociales”, que compran el voto de los pobres.
“Mercantilista” significa lo contrario al capitalismo de libre mercado: el estatismo otorga subsidios, proteccionismos contra la competencia y otros privilegios a las empresas cercanas al poder. ¿Cuáles empresas? Estas: (1) Empresas del Estado, mal llamadas “públicas”, explotadas privadamente por sus jefes y gerentes. (2) Empresas extranjeras de corte multinacional. (3) Viejas empresas locales de los antiguos oligarcas, que desde muy antaño, a veces desde la Colonia, medran al abrigo del poder de turno, cualquiera sea. (4) “Empresas” de las nuevas oligarquías, creadas de la noche a la mañana por los hermanos, sobrinos, primos, cuñados y amigos de los poderosos.
El sistema es la causa profunda de la pobreza y la miseria, la corrupción, el populismo, el desbordamiento del crimen y la ignorancia, entre otros males, que son sus inseparables consecuencias y/o sus síntomas. La gente cree que el gran problema es por ej. la corrupción. Pero es el sistema.
Los falsos remedios vienen de los fasos diagnósticos. Hay muchísimos, pero por razones de espacio voy a describir solo tres: la “lucha anticorrupción”, la partidofobia y la antipolítica.
La corrupción es inherente al estatismo. Pretender un estatismo sin corrupción es como querer que los bebés no ensucien los pañales. Es inevitable. Y es utópico buscar el remedio en instituciones totalmente corrompidas por un sistema corrupto, corruptor y corruptógeno, que todo lo abarca, lo domina y somete.
Pero los propietarios del sistema usan la fantochada de la “lucha anticorrupción” en su competencia interna: en su carrera a la cúspide del poder, los más expertos en no dejar trazas, quitan de en medio a los menos hábiles en borrar huellas. Eso es todo. Y la clase media mira embobada los escándalos del circo en las “noticias” de los medios.
Hace tiempo dijeron: “los partidos políticos son el problema”; y aparecieron los “independientes”. Y la partidofobia de la clase media. “Soy independiente” se hizo el mantra para escalar posiciones. Pero ser “independiente” significó “no tengo ideología ni compromisos; por tanto estoy abierto a cualquier clase de negocio turbio: se oyen ofertas”.
Después dijeron: “los políticos son el problema”; y apareció la “antipolítica”. El nuevo mantra para trepar escalones fue: “no soy político”. Significó lo mismo que en el caso anterior. Con un agravante: la política, y en especial los curules del Congreso, se llenaron de futbolistas y deportistas desempleados, cantantes, actrices, artistas, locutores y periodistas también desempleados, todos “figuras conocidas y con calor popular”; pero supremamente ignorantes de los negocios públicos, y enteramente manipulables desde la cúspide por los dueños del sistema.
El problema es el sistema. Y todos los candidatos son del sistema; casi sin excepciones. Por eso hay que cambiar el sistema, mediante las Cinco Reformas; entre ellas el “Voto Libre”: sufragio universal pero no obligatorio, con casilla para votar en blanco, y sin subsidio del Estado a los partidos, ni reglamentos estatistas para los partidos, ni “vallas” u otros obstáculos para crear partidos nuevos, a fin de poder nosotros fundar partidos orientados al liberalismo clásico. Pero mientras, ¿por quién votamos?
Pues si no hay candidatos decididamente liberales, lo que cabe es “voto antisistema”: no votar, si la abstención no se penaliza; de lo contrario votar nulo o viciado. Es enviar un mensaje de protesta contra el sistema, no contra tal o cual personaje del sistema. ¡Y por favor no te tragues el cuento de que así “favoreces a tal o cual candidato”! Todos los candidatos del sistema son iguales, o casi, y no vale la pena caer en especulaciones que te llevan a seguir votando por el supuesto “mal menor”, y así legitimar el sistema. No caigas en la trampa.
Es imposible adivinar entre todos los candidatos cuál de los males es el menor. Piensa sólo esto: muchos de los sátrapas que hoy gobiernan fueron elegidos en comicios donde jugaban el rol de “mal menor”, ante a otro candidato que supuestamente era el “mal mayor”. ¡Y mira!
Mayo, 2015.